Autor: Anónimo
Había una vez en un pueblo algo
lejano y alejado de cualquier otra ciudad o civilización una pobre ancianita. Ella
vivía en una casa que, a pesar de ser muy antigua, era de apariencia habitable.
Tenía una nieta llamada Caperucita Roja. La llamaban así a causa de que siempre
llevaba puesta una caperuza roja hecha por su querida madre. La niña vivía en
un pueblo a cientos de kilómetros de su abuela, por lo que nunca la iba a
visitar.
Un día estaba la ancianita
pensando sobre eso y se le ocurrió algo: fingir estar enferma y así hacer que
su nieta la visitara. Escribió una carta a Caperucita pidiéndole medicamentos
para su enfermedad, porque en su pueblo no había.
Al recibir esta carta la pequeña se puso rápidamente en camino al pueblo donde vivía su abuela, y, como en ese tiempo no existían los transportes, solo caballos y algunas carretas, debió ir caminando a través de un bosque que parecía no tener fin.
Al recibir esta carta la pequeña se puso rápidamente en camino al pueblo donde vivía su abuela, y, como en ese tiempo no existían los transportes, solo caballos y algunas carretas, debió ir caminando a través de un bosque que parecía no tener fin.
El puma había escuchado por la
ventana de la casa de Caperucita como su mamá le leía la carta enviada por la
abuela, entonces ideó un plan para comer a la pobre niña y dejar morir a la
desdicha abuela: llegar antes a la casa de la viejecita, atarla, ponerse su
ropa y fingirse enfermo y, cuando la jovencita estuviera distraída, comérsela
de un bocado. Después de pensar detalladamente cada parte de su plan se puso en
marcha.
Después de una agotadora
caminata, el puma llegó a casa de la abuela. Al llegar forzó la corroída puerta
de la casa, amordazó, ató y metió dentro del armario a la anciana. Ya en la
cama vestido como la abuela, esperaba ansioso a su presa.
Después de algunas horas de
espera, por fin alguien toco a la puerta:
_ ¿Quién es? - preguntó el puma imitando la voz de la
ancianita.
_ Es tu nieta Caperucita Roja. Te he traído los remedios que tanto
necesitabas respondió la pobre niñita.
_ Pasa querida te he estado esperando - le dijo el puma
astutamente.
_ Hola abuela. Hace tiempo que no te veo - dijo Caperucita Roja abriendo
la puerta.
_ Ven más cerca para verte un poco mejor – ordenó el puma
preparándose para devorar a la jovencita.
Al acercarse Caperucita notó
algo extraño en el rostro y cuerpo de su abuela, lo que le produjo mucha
curiosidad.
_ ¡Abuela, que uñas tan largas tienes! - dijo por fin la niña.
_ Son para rascarme mejor, nietita - dijo el puma.
_ ¡Abuela, que ojos tan grandes tienes! - dijo Caperucita.
_ ¡Son para encontrar las agujas de tejer que se me caen Caperucita!
- exclamó el puma.
_ ¡Abuela, que pelaje tan tupido tienes! - dijo Caperucita.
_ Es para abrigarme mejor en invierno - dijo el puma
acurrucándose entre las sabanas.
_ ¡Abuela que dientes tan grandes tienes! - dijo Caperucita.
_ Es para masticar la carne tan dura que cocino, mi hija -
dijo el puma.
_ ¡Abuela que piernas larguísimas tienes! - exclamó
impresionada Caperucita.
_ ¡Son para correr mejor! - dijo el puma arrancándose la ropa
de la abuela y persiguiendo a la jovencita por toda la casa.
_ ¡Tú no eres mi abuelita, eres un malvado puma! - dijo
Caperucita escapando del depredador.
_ ¡Sí Caperucita adivinaste, no soy esa viejecita! ¡Y te digo
otra cosa, mis grandes dientes no son para comer la dura carne que preparo!
¡Son para comerte a vos! - diciendo esto el puma devoró a Caperucita y luego se
puso en camino al bosque pues allí estaba la cueva donde vivía.
En cuanto la abuela logró
desatarse, ya era tarde, el puma había escapado un par de horas antes. Al darse
cuenta de lo que le pasó a su nieta entro en pánico y se desmayó.
Cuando abrió los ojos ya no
estaba tirada en el piso de la sala, sino en su cama. Todo había sido una
pesadilla.
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